Algunas reflexiones sobre política cultural
Rafael Alberti
Hamlet Lima Quintana
El árbol de la vida
Los Referentes
Armando Tejada Gómez
Elvio Romero
Horacio Guarany
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Quiero hablarles
del poeta de los maravillosos versos que prefiguran su presencia en
mi memoria, porque él es como lo que canta:
Aunque no estaba la fuente
la fuente siempre sonaba...
La vida de un
hombre es una larga cadena de acontecimientos y sucesos, de actos,
de ideas provisorias, de contradicciones.
Cuando la
memoria se despierta, y lo hace siempre de manera diferente, nos
presenta a veces eslabones renovados. Nos trae recurrentemente
momentos ingratos, sensaciones que no queremos re-sentir, y que sin
embargo, nos duelen.
Por eso, es
bueno volver a pensar, traer voluntariamente a la memoria el
recuerdo de esos seres con quienes uno ha vivido pasajes
extraordinarios.
Estoy evocando uno de esos eslabones más afortunados y buenos de la
cadena de mi vida. Hablo de mi relación con uno de los más grandes
poetas, una de las plumas más importantes de la literatura universal
del siglo XX.
Hace muchos
años, cuando empezaba a salir de mi barrio y establecía amistad con
tantos estudiantes, músicos, poetas, pintores, artistas que
generosamente daban lo que tenían y lo que sabían, vivíamos lo que
Edgar Morin llama "la concepción sintética de la vida", o sea, una
vida de varios rostros, porque queríamos, al mismo tiempo, militar,
estudiar, leer, divertirnos, ser artistas, vivir en varios planos,
permitirnos tener zonas libres para la poesía, la música y el
pensamiento, y, todavía, tener una vida privada. En esa vorágine
vital ocupaba un lugar importante en nuestras vidas una colección de
libros de poesía que publicaba Editorial Losada.
Estos libros llenaban nuestros bolsillos y ocupaban estantes en
todas las casas donde íbamos. Allí estaban, como el pan, las poesías
de Pablo Neruda, León Felipe, Walt Whitman, Pedro Salinas, Antonio
Machado, Federico García Lorca y de tantos otros, que pasaban de
mano en mano y aprendíamos de memoria. Poemas que íbamos recitando
en el colectivo, en nuestras casas o en cualquier otro lugar, porque
para la poesía es bueno cualquier espacio.
En esa colección
estaban los libros de Rafael Alberti.
Rafael Alberti
fue muy importante, no sólo en mi formación siempre autodidacta,
sino también porque con el tiempo se transformó en uno de los
pilares de mi obra. Tuve la suerte de conocerlo, de quererlo y de
trabajar junto a él.
Permítaseme
empezar la historia de mi relación con Rafael recordando las
peripecias de una canción y la importancia que ésta tuvo en mi vida.
Es aquel hermosísimo poema que empieza así:
Se
equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.
En su
autobiografía La arboleda perdida, Rafael Alberti nos cuenta:
"A los pocos
años de aparecida en la Argentina "La paloma" dentro de Entre el
clavel y la espada se me presentó en mi casa de la calle Las Heras
un jovencísimo compositor bonaerense, Juan Carlos Guastavino. Me
pedía permiso para poner música y canto a cinco poemas de ese libro,
entre los que se hallaba "La paloma". Le dije que sí, asistiendo yo
al estreno de la canción, con música de cámara, como pieza de
concierto. Poco después, un coro de Santiago del Estero, el de los
hermanos Carrillo, la repitió, sólo a voces, con gran éxito, pasando
enseguida a ser repertorio de la radio. Aquella paloma de mis noches
de guerra parisina había comenzado su vuelo, pero todavía a ras de
los tejados argentinos. Pero la paloma adquirió verdadera altura
cuando en Roma, durante un homenaje que se me hacía en un teatro,
otro compositor argentino, Bacalov, la oyó, acompañada en guitarra,
en la voz de una muchacha, Deisi Lumini. Bacalov pidió permiso para
orquestarla, ofreciéndosela enseguida al gran cantante italiano
Sergio Endrigo, que la estrenó con éxito ruidoso en un festival de
San Remo. Y desde entonces la paloma, equivocándose siempre, remontó
todos los aires, ya traducida al alemán, en la voz de Milva, y en su
idioma original en la de Joan Manuel Serrat, Paco Ibañez, Ana Belén,
Nuria Espert, Montserrat Caballé… Hasta una vez, en Pekín, la oí
cantar en chino por una vocecita que salía como de la corola de una
flor de suavísimos tonos."
Esa canción fue
cantada por nosotros, los jóvenes músicos argentinos, porque nos
llegaba al alma y nos movía pedazos importantes de nuestra
sensibilidad. ¿Le hubiera creído a alguien si, en ese entonces, me
decía que mucho tiempo después yo iba a conocer a Rafael Alberti,
que iba a tener la suerte de estar en su casa, compartiendo amigos y
vida con él, que iba a poder cantar con él su obra, y que íbamos a
hacer juntos un espectáculo para mí inolvidable?
Pero así fue.
Vuelvo el
casette de la memoria para atrás y recuerdo… Los años setenta y un
libro que llegó hasta mis manos, Baladas y canciones del Paraná,
la única obra orgánica sobre un paisaje americano escrita por un
exiliado de la Guerra Civil Española.
Alberti vivió
muchos años en nuestro país, y tenía uno de sus "refugios vitales"
en las islas de nuestro río.
Musicalicé una
cantidad de poemas de su libro, pero allí quedaron, sin ver la luz
más que en alguna "guitarreada", de manera siempre informal.
Aquí cabe una
confesión: para mí la poesía, como concepción, siempre está ligada a
la música y a las imágenes. Y en los poemas de Alberti encontré
algunos que por su estructura se prestaban a ser cantados, porque
eran musicales en sí mismos, encontraba en ellos algo consustancial
y mágico.
Años más tarde,
ya en el 78, hallándome en España, me llamó Tejada Gómez, quien
estaba con Horacio Guarany, para invitarme a pasar unos días con
ellos en Castro Urdiales, un bello pueblo de pescadores a orillas
del Cantábrico. Allí me pidieron que preparara una canción con letra
de Armando y música de Horacio, para cantar en el festival de
Benidorm. Por supuesto, acepté.
Viajé a Madrid
para encontrarme con los editores musicales y hacer las pruebas de
orquestación. La canción era un homenaje a Rafael Alberti. El poema
de Armando empezaba diciendo…
Usted partió de aquí,
yo, de mi tierra
en algún puerto o niebla
nos cruzamos…
Quiero quedarme
aquí, "con el alma aferrada", en homenaje a su nombre: Rafael
Alberti.
ENRIQUE LLOPIS
Puerto de Santa María, Diciembre de 2000
A Hamlet le debo
incontables momentos compartidos y las enseñanzas que ellos me
dejaron.
Como sucede con
los verdaderos amigos, siempre saqué de él una enseñanza, aún cuando
discutíamos ardorosamente nuestras ideas a veces encontradas.
Intentaba memorizar sus palabras para que no se me borraran nunca,
porque siempre eran poéticas y sabias.
Fue el primer
"famoso" que me dio una mano y me abrió las puertas de su casa y el
corazón de su familia. Y fue el inicio de una amistad que siempre
celebraré.
Hamlet fue un
poeta enorme y un conversador lúcido. Siempre listo para prestar su
oído a las necesidades del otro, siempre amable y dispuesto, con la
facilidad que le daba su bonhomía, su inmensa cultura y su
proverbial modestia: Hamlet es el hombre al que siempre recordaré
levantando la moral del prójimo y haciendo de la vida un camino más
llano.
Cuando escribo
la palabra prójimo lo encuentro a Hamlet, claro, porque es el hombre
que siempre estaba pensando en el otro y elevándolo, tendiendo un
puente exquisito de palabras para que "el semejante" se sintiera
mejor. Cómo no recordar aquel poema suyo que musicalicé y canté
tantas veces:
Hay gente que con sólo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales;
que con sólo sonreír entre los ojos
nos invita a viajar por otras zonas,
nos hace recorrer toda la magia.
Hay gente que con sólo dar la mano
rompe la soledad, pone la mesa,
sirve el puchero, coloca las guirnaldas;
que con sólo empuñar una guitarra
hace una sinfonía de entrecasa.
Hay gente que con sólo abrir la boca
llega hasta todos los límites del alma,
alimenta una flor, inventa sueños,
hace cantar el vino en las tinajas
y se queda después como si nada.
Y uno se va de novio con la vida
desterrando una muerte solitaria
pues sabe que a la vuelta de la esquina
hay gente que es así, tan necesaria.
No puedo
encontrar las palabras exactas para definir mejor a Hamlet porque él
lo ha dicho todo, ya que él ha sido esa "gente que es así, tan
necesaria".
ENRIQUE LLOPIS
Madrid, Febrero de 2002
Texto escrito
para la contratapa del disco de Hamlet Lima Quintana: ¨El árbol
de la vida¨ (Sello Redondel)
Para tener una
aproximación con la obra de Hamlet Lima Quintana, en relación a la
canción, debemos recordar que participó, junto a Armando Tejada
Gómez, Jaime Dávalos, César Perdiguero, Manuel Castilla, Ariel
Petrocelli y otros, en lo que se dió en llamar el boom folklórico
del 60.
Este
acontecimiento fue más allá del mero suceso momentáneo pues arribó,
desde la canción folklórica o de proyección, a una real síntesis de
la expresión nacional en la canción popular, desbordando los
regionalismos e influenciando a los distintos géneros cantables del
país.
Arturo Jauretche
destaca en Homero Manzi su inclinación por lo popular ya que siendo
un hombre de letras, decidió hacer letras para los hombres. Esta
posición constituye una sólida únion con los poetas que participaron
en ese resurgimiento del 60 y, en particular con Hamlet Lima
Quintana.
También ha sido
y es forma común en la historia de la humanidad, que todo creador
que deje marcada en su obra los avatares de la lucha del hombre por
su dignidad, haya sido marginado, prohibido, combatido, etc., así se
llamen Federico García Lorca o Pablo Neruda y en nuestra tierra José
Hernández, Raúl González Tuñón, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y una
larga, larguísima lista en la que figura, por supuesto, Lima
Quintana.
También existe
una forma de marginación que esgrimen aquellos que manejan el arte
como si fuera una moda. Y marginan fácilmente afirmando que la obra
de los poetas del 60 ¨ya no corre¨, o sea que ¨su discurso nada
tiene que ver con los nuevos tiempos¨. Lo peligroso es que quienes
efectúan estas afirmaciones son advenedizos que ocupan los espacios
correspondientes a la información masiva, salvo, por supuesto,
honrosas excepciones.
Pero sucede que
hay algo más fuerte y positivo que todo eso y es que el pueblo ama a
los poetas que cantan con su propia voz. Y esto ya es premio
suficiente.
Ojalá que este
disco dé respuesta a tanto tiempo de silencio.
Creo que la
mejor manera de rescatar la identidad es no perdiendo la memoria.
ENRIQUE LLOPIS
Bs. As., Septiembre de 1987
Texto escrito
para la contratapa del libro "Los Referentes", de Hamlet Lima
Quintana (Torres Agüero Editor).
Que hermoso fue
compartir aquella comunión bendita.
Cuando los
conocí sabía que eran grandes pero no viejos; inocentes pero no
distraídos; nobles y frágiles; soberbios como la vida cuando
interpela el alma.
Militantes con
resto de piel herida luchando por un futuro de abrazos y gestos.
Cada palabra es
un abrazo. O un sablazo. Cada silencio una placenta.
Cuando escriben esculpen las hojas. Cuando dicen, la ilustre
ignorancia popular se abraza con la sabiduría humilde.
Así pude oír sus
pasos torpes huyendo de la envidia, la insensibilidad, la
desmemoria, la mediocridad y el desamor.
A veces, Armando
y Hamlet se atropellan al correr y ambos sonríen con la mirada
cómplice de los pibes luego de una travesura.
Jugaban a la
rayuela sobre un desnutrido mantel repleto de dignidad.
Siempre
sufrieron. Sin embargo fueron felices como pocos.
Compañeros del
cultivo y la palabra, de misterios y de calle.
Jamás apostaron
al éxito y la fama. Sí a la obra. Esa que quizás nunca venda
millones de libros, pero que te hace viajar miles de kilómetros para
un festival a beneficio, charlar con chicos de una escuela, o llegar
a un recital para acompañar a un amigo.
Uno de los dos
me falta. Pero no sé cuál.
Me permitieron
vivirlos y vivir.
Quizás soy el
tercero. Ambos fueron primero. Tragándose la vida segundo a segundo.
Uno de los dos
me falta. No sé cuál, pero, ¡cómo los quiero!
ENRIQUE LLOPIS
Bs. As., Julio de 1994
Cómo explicar
con palabra sencilla que en mi temprana juventud tuve la fortuna
enorme de conocer y poder cantar y componer con Armando Tejada
Gómez, ese inmenso caudal de poesía, compromiso y vida.
La coherencia
que mantuvo a lo largo de su vida entre su obra y lo cotidiano, con
sus arrebatados furores por lograr que todos, las mujeres y los
hombres de la tierra, tengan lo que se merecen, con sus ideales y su
quehacer noble, sin traspiés ni agachadas. Su palabra estaba siempre
pronta para ayudar al amigo en crisis o en apuros, o al desconocido
necesitado. Armando era un personaje especial en donde los haya, no
tenía, al menos yo no le encuentro, paralelo con sus semejantes. Y
era todo poesía.
Lo recuerdo,
como si lo tuviera otra vez delante de mí, cuando pienso en su
poesía fuerte, cuando recito en soledad cualquiera de sus versos,
como estos de su Ahí va Lucas Romero que fluyen ahora a mi
memoria, tal vez porque es la madrugada y estoy cerca del río, o
porque Armando está hoy como siempre en mí:
La
luna había muerto en los últimos grillos,
acaso apuñaleada por el canto del gallo,
dormía bajo tierra con el vientre luciérnaga,
velada por el rito terrestre de los sapos.
Cómo no
recordarlo cuando en Buenos Aires, en el viejo bar Ramos, antes de
mi viaje a la Unión Soviética en el 77, sintiendo el miedo y la
inseguridad que me invadían, Armando me decía con su voz mojada de
bondad y vino: "Vamos, Quique, usted tiene que ir allá a traernos
el premio. Usted, m´hijito, puede hacerlo, está en usted que lo
traiga. Recuerde que sólo tiene tres o cuatro minutos, el tiempo
exacto que dure su canción. Todos irán a competir y usted debe ir a
competir y ganar, como en la vida, y va a hacerlo, créame".
Esa voz todavía
resuena en mí, esa cariñosa manera de tratarme de "usted" cuando
había forzosamente que marcar la diferencia entre maestro y alumno;
entre el hombre que sabía y el joven que abría sus alas con temor de
no saber mantener el alto vuelo.
Una forma de
cultivar la amistad, esa es otra de las muchas enseñanzas que me
dejó Armando Tejada Gómez, siempre de manera fiel y alegre, porque
hasta en los momentos más duros de la vida, Armando sabía agrandar
el corazón del otro haciendo fuerzas para impedir que el otro se
derrumbase. Y su entrega a la hora de hacer música y canción, para
estar siempre pronto a sacar de su inmenso corazón esas gotas de
luz, porque, como decía en una de sus páginas, siempre estaba a mano
la oportunidad hecha guitarra, esa amiga infaltable: Y en medio
del estrépito gritador del desorden, por entre las tinieblas
soñadoras del trago, justo en la media noche, en su tajada oscura;
genital, dolorosa, salía la mechuda: la loca, la gran puta, la
cósmica guitarra.
ENRIQUE LLOPIS
Bs. As., Septiembre de 1999
Del poeta
paraguayo Elvio Romero, que me honra con su amistad, lo primero que
recuerdo, antes de tener la suerte de conocerlo personalmente son
sus poemas musicalizados por distintos integrantes de lo que fue
"Canto Popular Rosario", ese movimiento que allá por los años
setenta teníamos en nuestra ciudad. A partir de allí fui
interesándome por su obra, y lo primero que leí de él fue su
magistral biografía de Miguel Hernández publicada por Editorial
Losada, Destino y poesía, un libro maravilloso sobre el
enorme poeta español.
Poco tiempo
después me puse a la inmensamente grata tarea de musicalizar sus
poesías, que por cierto me resultaban difíciles. Su obra es profunda
y compleja, pero me hizo comprender el maravilloso y misterioso
mundo que es el Paraguay.
Años más tarde,
y a través de su entrañable amistad con Armando y con Hamlet, pude
conocerlo más personal e íntimamente.
El punto más
alto de su amistad y su confianza lo hallé cuando Elvio me entregó
una serie de poemas escritos para canción. Allí nacieron unas diez o
doce canciones que me impactaron de manera sorprendente. Fue una
experiencia extraordinaria. El trabajo me atrapó durante días a tal
punto que pasé noches enteras sin dormir, estudiando su obra.
En la década del
ochenta esa amistad se hizo más profunda y compartimos con Elvio,
Armando y Hamlet, veladas entrañables.
Hicimos varios
viajes juntos por Europa y América Latina. Entre ellos uno al
Paraguay con una delegación compuesta por Ariel Ramírez, Eduardo
Falú, César Isella, Elvio y yo. Transportamos, junto con otros
amigos personales, los restos del gran músico José Asunción Flores,
el padre de la "guarania", que fueron recibidos con todos los
honores después de un largo exilio y luego de encontrar la muerte en
Buenos Aires, lugar elegido también por Elvio Romero y muchos otros
paraguayos para sobrellevar el exilio y proyectarse como artistas y
como políticos.
La llegada de
los restos del ídolo fue una apoteosis. Todo el pueblo rindió su
homenaje, expresándose informal pero conmovedoramente en honor de
ese grande del arte paraguayo.
Mientras se
velaban sus restos se cantó parte de una obra de Elvio Romero con
música de José Asunción Flores: "María de la Paz".
Flotan en mi
memoria algunos versos de Elvio, como éstos de las "Coplas del amor
viajero":
Palomita, mi lucero
por las noches cántame,
cántame como yo quiero
y mírame...
O aquel cielito
que dice:
Cielito, cielo y más cielo,
cielito de andar y andar
cielito de mi desvelo
cielito del Paraguay.
Con Elvio
viajamos en una oportunidad a España para compartir momentos con
Rafael Alberti y otros dos amigos entrañables y artistas talentosos:
el fotógrafo argentino Roberto Otero y el poeta peruano Nicomedes
Santa Cruz.
En la
actualidad, cuando afortunadamente la vida nos encuentra con mucho
trabajo y todo el espíritu dispuesto, estamos preparando con Elvio
la grabación de un disco con todas nuestras canciones.
ENRIQUE LLOPIS
Bs. As., Marzo de 1995
POETA Y MÚSICO
DEL AMOR
"Quien toca este
libro, toca un hombre", escribió Walt Whitman en la portada de su
obra Hojas de Hierba. Armando Tejada Gómez no encontró más lúcido
paralelismo que recoger la frase en sus escritos sobre Horacio
Guarany, para afirmar: "Quien toca a este hombre, toca un país".
No exageró
nuestro entrañable poeta, con quien compartimos, junto a Horacio,
tantos sueños y tertulias. Fueron recoletos festivales de amistad
sellados con el común lenguaje de octavas y metáforas, de opiniones
descarnadas, de mateadas y mesas bien servidas y otras no tanto en
el exilio, con la mágica musa del vino adormeciendo el odio,
alimentando el amor y estimulando la esperanza.
Pero podemos
recorrer momentos importantes con un semejante, no sólo en calidad
sino en ocasiones a través de una vida, sin llegar a conocerlo en
plenitud. Y eso me pasó con la saga de Horacio, a la que mucho
tiempo percibí, aún con admiración, a partir de los clichés que
suelen asimilar mecánicamente, como sucedía con Jorge Luis Borges,
la obra de un artista a sus posiciones políticas.
Así las cosas, a
mediados de 1998, Julián Navarro, músico argentino radicado en los
Estados Unidos, me llamó para proponerme grabar un disco-homenaje a
Horacio Guarany que recogiera sus más conocidas canciones de amor
arregladas para orquesta. Revisando el repertorio, redescubrí, o
finalmente descubrí a Horacio: de las más de cuatrocientas canciones
que compuso, en su abrumadora mayoría, hablan del amor. Sí, del amor
y los sentimientos de su pueblo, de la alegría, de la angustia, del
deleite o de la pena.
Descubrí
entonces un artista universal, aquel que - parafraseando a Bernard
Shaw - canta y escribe acerca de sí mismo y de su propia época y es,
por tanto, el único que escribe y canta acerca de todas las gentes y
de todos los tiempos.
Volví entonces
con otros ojos y desde otra atalaya a la certera definición de
Armando Tejada Gómez hacia Horacio: "...el gaucho alzado con voz
vindicadora es un poeta y un músico del amor". Descubrí su forma de
percibir el mundo a través del velo de su alma. Me reencontré con su
arte como un rincón de la creación visto a través de su temperamento
fino y filosófico. Comprobé que Guarany es un soñador que consiente
en soñar con el mundo real. Y supe que no estaba ante un proyecto
más o sólo ante una buena idea. Sentí que el disco se convertía para
mí en una necesidad.
En enero de 1999
comenzamos con los primeros "demos" en el estudio de "pelusa"
Navarro en Miami y con ese primer material me entrevisté con
Horacio. No sólo se entusiasmó y lo aprobó, también nos aportó
nuevas ideas que permitieron mejorar lo que veníamos haciendo.
Músicos del Perú, de Venezuela, del Ecuador, de Cuba, conocedores y
admiradores de la obra de Guarany, se sumaron a las sesiones de
grabación y la idea de "Pelusa" cobró fuerza a través de sus
arreglos musicales y mi interpretación.
Alguna vez leí
que nadie puede explicar cómo las notas de una melodía de Mozart o
los pliegues de una vestidura de Tiziano producen sus efectos
esenciales. No se razonan, se sienten. Por eso, después de muchos
años sin fatigar escenarios, sentí que la poesía y la música de
Horacio redescubría mi voz, le daba otro color y otra dimensión,
como me había sucedido con él y su obra. Despertaban en mí, como
nunca, los sentimientos dulces de ternura y amor.
Todavía en Miami
y aún sin saber cuándo ni cómo daríamos curso comercial a lo que
estábamos haciendo, muchos fueron los recuerdos que me invadieron y
me acompañan desde entonces. Con Horacio compartimos amistades que
nos unen y momentos de dolores y alegrías, de distancias y regresos.
Cómo olvidar, por ejemplo, Castro Urdiales, esa mágica bahía de
pescadores en el norte español, paso obligado de todos los que
andábamos recorriendo con nuestras canciones esa geografía. Y allí,
como en otros tantos sitios donde nos cruzó el destino, la
solidaridad era un hecho concreto que Horacio practicaba
cotidianamente.
Recuerdo
particularmente un día en que, estando yo en las islas Canarias,
Horacio y Armando Tejada Gómez me hicieron viajar a Castro Urdiales
y me propusieron defender una canción que iba a ser presentada
durante el Festival de Benidorm. El tema se llamaba "El mundo es un
pañuelo" y lo habían dedicado a Rafael Alberti, quien hacía poco
tiempo había regresado a España de su largo exilio. No se llegó a un
acuerdo con los editores y, luego de realizar todas las pruebas en
Madrid, quedamos fuera del concurso. Fue también en Castro Urdiales
donde compusimos con Hamlet Lima Quintana "Canción para Carlos
Alonso", que sintetiza la intensidad de los momentos vividos: "Allí
llegué una mañana a la casa de Horacio Guarany, para encontrarme con
Armando y este Carlos Alonso del dibujo y el color alucinados. Eso
fue ya hace tiempo, por el 78...".
Por estos días,
ya a punto de salir el disco, volví a repasar el citado libro de
Armando donde califica a Guarany como "músico del amor" y en las
Págs. 96-97 encontré un párrafo que sintetiza como ninguno aquel
"redescubrimiento" personal de Horacio al que me referí: "...Por
amor mantiene viva la llama de su canto. Su palabra va de la ternura
a la barricada de las guitarras. De ahí que sus canciones con temas
sobre la pareja humana, tengan tan certero impacto en todos los
públicos. Nunca se sabrá si el secreto de la fulminante comunicación
que logran sus yemas de amor, está en la sencillez de su verso -sin
embargo denso- o en la honda simpatía de su vena melódica, pero
ambos consiguen provocar una emoción intransferible que le abren de
par en par las puertas del corazón popular. Con textos de él o de
los poetas de su admiración, ubica un impacto detrás de otro.
Innegable trovador popular, es tan indiscutido que su popularidad no
tiene precedentes fáciles".
Es más, hoy me
asiste la convicción de que sin este disco, jamás hubiera cumplido
con mis sueños como artista.
ENRIQUE LLOPIS
Bs. As., Septiembre de 1999
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