Enrique Llopis

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Viñeta Algunas reflexiones sobre política cultural

Viñeta Rafael Alberti

Viñeta Hamlet Lima Quintana

Viñeta El árbol de la vida

Viñeta Los Referentes

Viñeta Armando Tejada Gómez

Viñeta Elvio Romero

Viñeta Horacio Guarany

 


Algunas reflexiones sobre política cultural

 

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Rafael Alberti

Quiero hablarles del poeta de los maravillosos versos que prefiguran su presencia en mi memoria, porque él es como lo que canta:

Aunque no estaba la fuente
la fuente siempre sonaba...

La vida de un hombre es una larga cadena de acontecimientos y sucesos, de actos, de ideas provisorias, de contradicciones.

Cuando la memoria se despierta, y lo hace siempre de manera diferente, nos presenta a veces eslabones renovados. Nos trae recurrentemente momentos ingratos, sensaciones que no queremos re-sentir, y que sin embargo, nos duelen.

Por eso, es bueno volver a pensar, traer voluntariamente a la memoria el recuerdo de esos seres con quienes uno ha vivido pasajes extraordinarios.
Estoy evocando uno de esos eslabones más afortunados y buenos de la cadena de mi vida. Hablo de mi relación con uno de los más grandes poetas, una de las plumas más importantes de la literatura universal del siglo XX.

Hace muchos años, cuando empezaba a salir de mi barrio y establecía amistad con tantos estudiantes, músicos, poetas, pintores, artistas que generosamente daban lo que tenían y lo que sabían, vivíamos lo que Edgar Morin llama "la concepción sintética de la vida", o sea, una vida de varios rostros, porque queríamos, al mismo tiempo, militar, estudiar, leer, divertirnos, ser artistas, vivir en varios planos, permitirnos tener zonas libres para la poesía, la música y el pensamiento, y, todavía, tener una vida privada. En esa vorágine vital ocupaba un lugar importante en nuestras vidas una colección de libros de poesía que publicaba Editorial Losada.
Estos libros llenaban nuestros bolsillos y ocupaban estantes en todas las casas donde íbamos. Allí estaban, como el pan, las poesías de Pablo Neruda, León Felipe, Walt Whitman, Pedro Salinas, Antonio Machado, Federico García Lorca y de tantos otros, que pasaban de mano en mano y aprendíamos de memoria. Poemas que íbamos recitando en el colectivo, en nuestras casas o en cualquier otro lugar, porque para la poesía es bueno cualquier espacio.

En esa colección estaban los libros de Rafael Alberti.

Rafael Alberti fue muy importante, no sólo en mi formación siempre autodidacta, sino también porque con el tiempo se transformó en uno de los pilares de mi obra. Tuve la suerte de conocerlo, de quererlo y de trabajar junto a él.

Permítaseme empezar la historia de mi relación con Rafael recordando las peripecias de una canción y la importancia que ésta tuvo en mi vida. Es aquel hermosísimo poema que empieza así:

Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

En su autobiografía La arboleda perdida, Rafael Alberti nos cuenta:

"A los pocos años de aparecida en la Argentina "La paloma" dentro de Entre el clavel y la espada se me presentó en mi casa de la calle Las Heras un jovencísimo compositor bonaerense, Juan Carlos Guastavino. Me pedía permiso para poner música y canto a cinco poemas de ese libro, entre los que se hallaba "La paloma". Le dije que sí, asistiendo yo al estreno de la canción, con música de cámara, como pieza de concierto. Poco después, un coro de Santiago del Estero, el de los hermanos Carrillo, la repitió, sólo a voces, con gran éxito, pasando enseguida a ser repertorio de la radio. Aquella paloma de mis noches de guerra parisina había comenzado su vuelo, pero todavía a ras de los tejados argentinos. Pero la paloma adquirió verdadera altura cuando en Roma, durante un homenaje que se me hacía en un teatro, otro compositor argentino, Bacalov, la oyó, acompañada en guitarra, en la voz de una muchacha, Deisi Lumini. Bacalov pidió permiso para orquestarla, ofreciéndosela enseguida al gran cantante italiano Sergio Endrigo, que la estrenó con éxito ruidoso en un festival de San Remo. Y desde entonces la paloma, equivocándose siempre, remontó todos los aires, ya traducida al alemán, en la voz de Milva, y en su idioma original en la de Joan Manuel Serrat, Paco Ibañez, Ana Belén, Nuria Espert, Montserrat Caballé… Hasta una vez, en Pekín, la oí cantar en chino por una vocecita que salía como de la corola de una flor de suavísimos tonos."

Esa canción fue cantada por nosotros, los jóvenes músicos argentinos, porque nos llegaba al alma y nos movía pedazos importantes de nuestra sensibilidad. ¿Le hubiera creído a alguien si, en ese entonces, me decía que mucho tiempo después yo iba a conocer a Rafael Alberti, que iba a tener la suerte de estar en su casa, compartiendo amigos y vida con él, que iba a poder cantar con él su obra, y que íbamos a hacer juntos un espectáculo para mí inolvidable?

Pero así fue.

Vuelvo el casette de la memoria para atrás y recuerdo… Los años setenta y un libro que llegó hasta mis manos, Baladas y canciones del Paraná, la única obra orgánica sobre un paisaje americano escrita por un exiliado de la Guerra Civil Española.

Alberti vivió muchos años en nuestro país, y tenía uno de sus "refugios vitales" en las islas de nuestro río.

Musicalicé una cantidad de poemas de su libro, pero allí quedaron, sin ver la luz más que en alguna "guitarreada", de manera siempre informal.

Aquí cabe una confesión: para mí la poesía, como concepción, siempre está ligada a la música y a las imágenes. Y en los poemas de Alberti encontré algunos que por su estructura se prestaban a ser cantados, porque eran musicales en sí mismos, encontraba en ellos algo consustancial y mágico.

Años más tarde, ya en el 78, hallándome en España, me llamó Tejada Gómez, quien estaba con Horacio Guarany, para invitarme a pasar unos días con ellos en Castro Urdiales, un bello pueblo de pescadores a orillas del Cantábrico. Allí me pidieron que preparara una canción con letra de Armando y música de Horacio, para cantar en el festival de Benidorm. Por supuesto, acepté.

Viajé a Madrid para encontrarme con los editores musicales y hacer las pruebas de orquestación. La canción era un homenaje a Rafael Alberti. El poema de Armando empezaba diciendo…

Usted partió de aquí,
yo, de mi tierra
en algún puerto o niebla
nos cruzamos…

Quiero quedarme aquí, "con el alma aferrada", en homenaje a su nombre: Rafael Alberti.

ENRIQUE LLOPIS
Puerto de Santa María, Diciembre de 2000

 

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Hamlet Lima Quintana

A Hamlet le debo incontables momentos compartidos y las enseñanzas que ellos me dejaron.

Como sucede con los verdaderos amigos, siempre saqué de él una enseñanza, aún cuando discutíamos ardorosamente nuestras ideas a veces encontradas. Intentaba memorizar sus palabras para que no se me borraran nunca, porque siempre eran poéticas y sabias.

Fue el primer "famoso" que me dio una mano y me abrió las puertas de su casa y el corazón de su familia. Y fue el inicio de una amistad que siempre celebraré.

Hamlet fue un poeta enorme y un conversador lúcido. Siempre listo para prestar su oído a las necesidades del otro, siempre amable y dispuesto, con la facilidad que le daba su bonhomía, su inmensa cultura y su proverbial modestia: Hamlet es el hombre al que siempre recordaré levantando la moral del prójimo y haciendo de la vida un camino más llano.

Cuando escribo la palabra prójimo lo encuentro a Hamlet, claro, porque es el hombre que siempre estaba pensando en el otro y elevándolo, tendiendo un puente exquisito de palabras para que "el semejante" se sintiera mejor. Cómo no recordar aquel poema suyo que musicalicé y canté tantas veces:

Hay gente que con sólo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales;
que con sólo sonreír entre los ojos
nos invita a viajar por otras zonas,
nos hace recorrer toda la magia.
Hay gente que con sólo dar la mano
rompe la soledad, pone la mesa,
sirve el puchero, coloca las guirnaldas;
que con sólo empuñar una guitarra
hace una sinfonía de entrecasa.
Hay gente que con sólo abrir la boca
llega hasta todos los límites del alma,
alimenta una flor, inventa sueños,
hace cantar el vino en las tinajas
y se queda después como si nada.
Y uno se va de novio con la vida
desterrando una muerte solitaria
pues sabe que a la vuelta de la esquina
hay gente que es así, tan necesaria.

No puedo encontrar las palabras exactas para definir mejor a Hamlet porque él lo ha dicho todo, ya que él ha sido esa "gente que es así, tan necesaria".

ENRIQUE LLOPIS
Madrid, Febrero de 2002

 

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El árbol de la vida

Texto escrito para la contratapa del disco de Hamlet Lima Quintana: ¨El árbol de la vida¨ (Sello Redondel)

 

Para tener una aproximación con la obra de Hamlet Lima Quintana, en relación a la canción, debemos recordar que participó, junto a Armando Tejada Gómez, Jaime Dávalos, César Perdiguero, Manuel Castilla, Ariel Petrocelli y otros, en lo que se dió en llamar el boom folklórico del 60.

Este acontecimiento fue más allá del mero suceso momentáneo pues arribó, desde la canción folklórica o de proyección, a una real síntesis de la expresión nacional en la canción popular, desbordando los regionalismos e influenciando a los distintos géneros cantables del país.

Arturo Jauretche destaca en Homero Manzi su inclinación por lo popular ya que siendo un hombre de letras, decidió hacer letras para los hombres. Esta posición constituye una sólida únion con los poetas que participaron en ese resurgimiento del 60 y, en particular con Hamlet Lima Quintana.

También ha sido y es forma común en la historia de la humanidad, que todo creador que deje marcada en su obra los avatares de la lucha del hombre por su dignidad, haya sido marginado, prohibido, combatido, etc., así se llamen Federico García Lorca o Pablo Neruda y en nuestra tierra José Hernández, Raúl González Tuñón, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y una larga, larguísima lista en la que figura, por supuesto, Lima Quintana.

También existe una forma de marginación que esgrimen aquellos que manejan el arte como si fuera una moda. Y marginan fácilmente afirmando que la obra de los poetas del 60 ¨ya no corre¨, o sea que ¨su discurso nada tiene que ver con los nuevos tiempos¨. Lo peligroso es que quienes efectúan estas afirmaciones son advenedizos que ocupan los espacios correspondientes a la información masiva, salvo, por supuesto, honrosas excepciones.

Pero sucede que hay algo más fuerte y positivo que todo eso y es que el pueblo ama a los poetas que cantan con su propia voz. Y esto ya es premio suficiente.

Ojalá que este disco dé respuesta a tanto tiempo de silencio.

Creo que la mejor manera de rescatar la identidad es no perdiendo la memoria.

ENRIQUE LLOPIS
Bs. As., Septiembre de 1987

 

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Los Referentes

Texto escrito para la contratapa del libro "Los Referentes", de Hamlet Lima Quintana (Torres Agüero Editor).

 

Que hermoso fue compartir aquella comunión bendita.

Cuando los conocí sabía que eran grandes pero no viejos; inocentes pero no distraídos; nobles y frágiles; soberbios como la vida cuando interpela el alma.

Militantes con resto de piel herida luchando por un futuro de abrazos y gestos.

Cada palabra es un abrazo. O un sablazo. Cada silencio una placenta.
Cuando escriben esculpen las hojas. Cuando dicen, la ilustre ignorancia popular se abraza con la sabiduría humilde.

Así pude oír sus pasos torpes huyendo de la envidia, la insensibilidad, la desmemoria, la mediocridad y el desamor.

A veces, Armando y Hamlet se atropellan al correr y ambos sonríen con la mirada cómplice de los pibes luego de una travesura.

Jugaban a la rayuela sobre un desnutrido mantel repleto de dignidad.

Siempre sufrieron. Sin embargo fueron felices como pocos.

Compañeros del cultivo y la palabra, de misterios y de calle.

Jamás apostaron al éxito y la fama. Sí a la obra. Esa que quizás nunca venda millones de libros, pero que te hace viajar miles de kilómetros para un festival a beneficio, charlar con chicos de una escuela, o llegar a un recital para acompañar a un amigo.

Uno de los dos me falta. Pero no sé cuál.

Me permitieron vivirlos y vivir.

Quizás soy el tercero. Ambos fueron primero. Tragándose la vida segundo a segundo.

Uno de los dos me falta. No sé cuál, pero, ¡cómo los quiero!

ENRIQUE LLOPIS
Bs. As., Julio de 1994

 

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Armando Tejada Gómez

Cómo explicar con palabra sencilla que en mi temprana juventud tuve la fortuna enorme de conocer y poder cantar y componer con Armando Tejada Gómez, ese inmenso caudal de poesía, compromiso y vida.

La coherencia que mantuvo a lo largo de su vida entre su obra y lo cotidiano, con sus arrebatados furores por lograr que todos, las mujeres y los hombres de la tierra, tengan lo que se merecen, con sus ideales y su quehacer noble, sin traspiés ni agachadas. Su palabra estaba siempre pronta para ayudar al amigo en crisis o en apuros, o al desconocido necesitado. Armando era un personaje especial en donde los haya, no tenía, al menos yo no le encuentro, paralelo con sus semejantes. Y era todo poesía.

Lo recuerdo, como si lo tuviera otra vez delante de mí, cuando pienso en su poesía fuerte, cuando recito en soledad cualquiera de sus versos, como estos de su Ahí va Lucas Romero que fluyen ahora a mi memoria, tal vez porque es la madrugada y estoy cerca del río, o porque Armando está hoy como siempre en mí:

La luna había muerto en los últimos grillos,
acaso apuñaleada por el canto del gallo,
dormía bajo tierra con el vientre luciérnaga,
velada por el rito terrestre de los sapos.

Cómo no recordarlo cuando en Buenos Aires, en el viejo bar Ramos, antes de mi viaje a la Unión Soviética en el 77, sintiendo el miedo y la inseguridad que me invadían, Armando me decía con su voz mojada de bondad y vino: "Vamos, Quique, usted tiene que ir allá a traernos el premio. Usted, m´hijito, puede hacerlo, está en usted que lo traiga. Recuerde que sólo tiene tres o cuatro minutos, el tiempo exacto que dure su canción. Todos irán a competir y usted debe ir a competir y ganar, como en la vida, y va a hacerlo, créame".

Esa voz todavía resuena en mí, esa cariñosa manera de tratarme de "usted" cuando había forzosamente que marcar la diferencia entre maestro y alumno; entre el hombre que sabía y el joven que abría sus alas con temor de no saber mantener el alto vuelo.

Una forma de cultivar la amistad, esa es otra de las muchas enseñanzas que me dejó Armando Tejada Gómez, siempre de manera fiel y alegre, porque hasta en los momentos más duros de la vida, Armando sabía agrandar el corazón del otro haciendo fuerzas para impedir que el otro se derrumbase. Y su entrega a la hora de hacer música y canción, para estar siempre pronto a sacar de su inmenso corazón esas gotas de luz, porque, como decía en una de sus páginas, siempre estaba a mano la oportunidad hecha guitarra, esa amiga infaltable: Y en medio del estrépito gritador del desorden, por entre las tinieblas soñadoras del trago, justo en la media noche, en su tajada oscura; genital, dolorosa, salía la mechuda: la loca, la gran puta, la cósmica guitarra.

ENRIQUE LLOPIS
Bs. As., Septiembre de 1999

 

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Elvio Romero

Del poeta paraguayo Elvio Romero, que me honra con su amistad, lo primero que recuerdo, antes de tener la suerte de conocerlo personalmente son sus poemas musicalizados por distintos integrantes de lo que fue "Canto Popular Rosario", ese movimiento que allá por los años setenta teníamos en nuestra ciudad. A partir de allí fui interesándome por su obra, y lo primero que leí de él fue su magistral biografía de Miguel Hernández publicada por Editorial Losada, Destino y poesía, un libro maravilloso sobre el enorme poeta español.

Poco tiempo después me puse a la inmensamente grata tarea de musicalizar sus poesías, que por cierto me resultaban difíciles. Su obra es profunda y compleja, pero me hizo comprender el maravilloso y misterioso mundo que es el Paraguay.

Años más tarde, y a través de su entrañable amistad con Armando y con Hamlet, pude conocerlo más personal e íntimamente.

El punto más alto de su amistad y su confianza lo hallé cuando Elvio me entregó una serie de poemas escritos para canción. Allí nacieron unas diez o doce canciones que me impactaron de manera sorprendente. Fue una experiencia extraordinaria. El trabajo me atrapó durante días a tal punto que pasé noches enteras sin dormir, estudiando su obra.

En la década del ochenta esa amistad se hizo más profunda y compartimos con Elvio, Armando y Hamlet, veladas entrañables.

Hicimos varios viajes juntos por Europa y América Latina. Entre ellos uno al Paraguay con una delegación compuesta por Ariel Ramírez, Eduardo Falú, César Isella, Elvio y yo. Transportamos, junto con otros amigos personales, los restos del gran músico José Asunción Flores, el padre de la "guarania", que fueron recibidos con todos los honores después de un largo exilio y luego de encontrar la muerte en Buenos Aires, lugar elegido también por Elvio Romero y muchos otros paraguayos para sobrellevar el exilio y proyectarse como artistas y como políticos.

La llegada de los restos del ídolo fue una apoteosis. Todo el pueblo rindió su homenaje, expresándose informal pero conmovedoramente en honor de ese grande del arte paraguayo.

Mientras se velaban sus restos se cantó parte de una obra de Elvio Romero con música de José Asunción Flores: "María de la Paz".

Flotan en mi memoria algunos versos de Elvio, como éstos de las "Coplas del amor viajero":

Palomita, mi lucero
por las noches cántame,
cántame como yo quiero
y mírame...

O aquel cielito que dice:

Cielito, cielo y más cielo,
cielito de andar y andar
cielito de mi desvelo
cielito del Paraguay.

Con Elvio viajamos en una oportunidad a España para compartir momentos con Rafael Alberti y otros dos amigos entrañables y artistas talentosos: el fotógrafo argentino Roberto Otero y el poeta peruano Nicomedes Santa Cruz.

En la actualidad, cuando afortunadamente la vida nos encuentra con mucho trabajo y todo el espíritu dispuesto, estamos preparando con Elvio la grabación de un disco con todas nuestras canciones.

ENRIQUE LLOPIS
Bs. As., Marzo de 1995

 

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Horacio Guarany

POETA Y MÚSICO DEL AMOR

"Quien toca este libro, toca un hombre", escribió Walt Whitman en la portada de su obra Hojas de Hierba. Armando Tejada Gómez no encontró más lúcido paralelismo que recoger la frase en sus escritos sobre Horacio Guarany, para afirmar: "Quien toca a este hombre, toca un país".

No exageró nuestro entrañable poeta, con quien compartimos, junto a Horacio, tantos sueños y tertulias. Fueron recoletos festivales de amistad sellados con el común lenguaje de octavas y metáforas, de opiniones descarnadas, de mateadas y mesas bien servidas y otras no tanto en el exilio, con la mágica musa del vino adormeciendo el odio, alimentando el amor y estimulando la esperanza.

Pero podemos recorrer momentos importantes con un semejante, no sólo en calidad sino en ocasiones a través de una vida, sin llegar a conocerlo en plenitud. Y eso me pasó con la saga de Horacio, a la que mucho tiempo percibí, aún con admiración, a partir de los clichés que suelen asimilar mecánicamente, como sucedía con Jorge Luis Borges, la obra de un artista a sus posiciones políticas.

Así las cosas, a mediados de 1998, Julián Navarro, músico argentino radicado en los Estados Unidos, me llamó para proponerme grabar un disco-homenaje a Horacio Guarany que recogiera sus más conocidas canciones de amor arregladas para orquesta. Revisando el repertorio, redescubrí, o finalmente descubrí a Horacio: de las más de cuatrocientas canciones que compuso, en su abrumadora mayoría, hablan del amor. Sí, del amor y los sentimientos de su pueblo, de la alegría, de la angustia, del deleite o de la pena.

Descubrí entonces un artista universal, aquel que - parafraseando a Bernard Shaw - canta y escribe acerca de sí mismo y de su propia época y es, por tanto, el único que escribe y canta acerca de todas las gentes y de todos los tiempos.

Volví entonces con otros ojos y desde otra atalaya a la certera definición de Armando Tejada Gómez hacia Horacio: "...el gaucho alzado con voz vindicadora es un poeta y un músico del amor". Descubrí su forma de percibir el mundo a través del velo de su alma. Me reencontré con su arte como un rincón de la creación visto a través de su temperamento fino y filosófico. Comprobé que Guarany es un soñador que consiente en soñar con el mundo real. Y supe que no estaba ante un proyecto más o sólo ante una buena idea. Sentí que el disco se convertía para mí en una necesidad.

En enero de 1999 comenzamos con los primeros "demos" en el estudio de "pelusa" Navarro en Miami y con ese primer material me entrevisté con Horacio. No sólo se entusiasmó y lo aprobó, también nos aportó nuevas ideas que permitieron mejorar lo que veníamos haciendo. Músicos del Perú, de Venezuela, del Ecuador, de Cuba, conocedores y admiradores de la obra de Guarany, se sumaron a las sesiones de grabación y la idea de "Pelusa" cobró fuerza a través de sus arreglos musicales y mi interpretación.

Alguna vez leí que nadie puede explicar cómo las notas de una melodía de Mozart o los pliegues de una vestidura de Tiziano producen sus efectos esenciales. No se razonan, se sienten. Por eso, después de muchos años sin fatigar escenarios, sentí que la poesía y la música de Horacio redescubría mi voz, le daba otro color y otra dimensión, como me había sucedido con él y su obra. Despertaban en mí, como nunca, los sentimientos dulces de ternura y amor.

Todavía en Miami y aún sin saber cuándo ni cómo daríamos curso comercial a lo que estábamos haciendo, muchos fueron los recuerdos que me invadieron y me acompañan desde entonces. Con Horacio compartimos amistades que nos unen y momentos de dolores y alegrías, de distancias y regresos. Cómo olvidar, por ejemplo, Castro Urdiales, esa mágica bahía de pescadores en el norte español, paso obligado de todos los que andábamos recorriendo con nuestras canciones esa geografía. Y allí, como en otros tantos sitios donde nos cruzó el destino, la solidaridad era un hecho concreto que Horacio practicaba cotidianamente.

Recuerdo particularmente un día en que, estando yo en las islas Canarias, Horacio y Armando Tejada Gómez me hicieron viajar a Castro Urdiales y me propusieron defender una canción que iba a ser presentada durante el Festival de Benidorm. El tema se llamaba "El mundo es un pañuelo" y lo habían dedicado a Rafael Alberti, quien hacía poco tiempo había regresado a España de su largo exilio. No se llegó a un acuerdo con los editores y, luego de realizar todas las pruebas en Madrid, quedamos fuera del concurso. Fue también en Castro Urdiales donde compusimos con Hamlet Lima Quintana "Canción para Carlos Alonso", que sintetiza la intensidad de los momentos vividos: "Allí llegué una mañana a la casa de Horacio Guarany, para encontrarme con Armando y este Carlos Alonso del dibujo y el color alucinados. Eso fue ya hace tiempo, por el 78...".

Por estos días, ya a punto de salir el disco, volví a repasar el citado libro de Armando donde califica a Guarany como "músico del amor" y en las Págs. 96-97 encontré un párrafo que sintetiza como ninguno aquel "redescubrimiento" personal de Horacio al que me referí: "...Por amor mantiene viva la llama de su canto. Su palabra va de la ternura a la barricada de las guitarras. De ahí que sus canciones con temas sobre la pareja humana, tengan tan certero impacto en todos los públicos. Nunca se sabrá si el secreto de la fulminante comunicación que logran sus yemas de amor, está en la sencillez de su verso -sin embargo denso- o en la honda simpatía de su vena melódica, pero ambos consiguen provocar una emoción intransferible que le abren de par en par las puertas del corazón popular. Con textos de él o de los poetas de su admiración, ubica un impacto detrás de otro. Innegable trovador popular, es tan indiscutido que su popularidad no tiene precedentes fáciles".

Es más, hoy me asiste la convicción de que sin este disco, jamás hubiera cumplido con mis sueños como artista.

ENRIQUE LLOPIS
Bs. As., Septiembre de 1999

 

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   Última actualización: 15/06/03

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